Por Katya Galfund
No fue hasta varios meses después del inicio del año escolar que pude ver el rostro completo de algún compañero de trabajo o estudiante, cuando tomabamos un sorbo de agua. “¡Guau! ¡Así es como te ves realmente!», les decía. Siendo miembro nuevo de la comunidad escolar de la escuela pública 294, en donde sirvo, me tomó mucho tiempo y esfuerzo adaptarme, especialmente debido al contexto de la pandemia. Ahora, sin embargo, durante la entrega del desayuno a los estudiantes por la mañana, saludo a cada uno por su nombre y recibo cálidas sonrisas en respuesta.
Con el caos de la enseñanza presencial y virtual, y lidiando con cambios constantes en los protocolos sumado a los temores de cierres debido a un brote, este año ha sido muy estresante. Hay días en los que me siento exhausta y, francamente, no muy emocionada de enseñar sobre los alimentos. Pero cuando entro al salón de clases, me abruman comentarios como, “Señorita Katya! ¡Te extrañé mucho!» , o “¡la Señorita Katya es tan alta! Debe ser de todas las verduras que come”. No puedo evitar sonreír. Esos son los momentos que recuerdo por qué la oportunidad de estar aquí es tan valiosa. Al darme cuenta de que los niños son lo que me mantienen en movimiento, decidí mantener una sección en mi cuaderno dedicada a las cosas que mis alumnos me han dicho durante el año. Releer estos pequeños momentos me ayuda a mantenerme resistente. Para compartir un poco de alegría con los lectores, compartiré algunas anécdotas de mis recuerdos favoritos de mis estudiantes y las lecciones que me han dejado.
Enseñar a estudiantes de segundo grado es mi punto óptimo. Tienen la edad adecuada para comenzar a comprender temas complejos y me dejan perpleja con una pregunta tras otra. Mientras impartíamos una clase sobre comida en todo el mundo, hicimos un viaje virtual de campo a países como Brasil, Marruecos, Senegal e India, para aprender sobre su cocina popular. Después de discutir los ingredientes comunes utilizados en estas culturas y destacar los platos nacionales, un estudiante dijo: «¡Realmente me interesaste en probarlos!» Cada vez que un estudiante habla de querer probar algo nuevo es un buen día, sabiendo que está inspirado para aventurarse fuera de su zona de confort. Luego, mis alumnos se encargaron de compartir sus propias culturas y la comida que comen en casa. Incluso tomaron nota de las similitudes entre la lección y sus vidas personales.
Uno de los recuerdos más dulces provino de una clase virtual de kindergarten con poca asistencia. Sin embargo, hay un estudiante que viene constantemente a la clase y siempre me cuenta sobre su familia y su gato. Estaba a punto de comenzar la clase porque ya habíamos esperado cinco minutos para que aparecieran otros y le agradecí que siempre llegara temprano y participara conmigo. Y él dijo: «¡Bueno, no puedo perderme mi clase favorita y además divertida!» Aprendí a ser más amable conmigo misma y me di cuenta de que llegar a clase preparado para compartir historias es más que suficiente.
Si bien el año escolar ha presentado muchos desafíos, también me ha llenado de mucha alegría, todo gracias a mis estudiantes. Justo el otro día, una de mis estudiantes se me acercó por la mañana y me dijo que estaba triste porque extrañaba a su mamá. Pasamos algún tiempo hablando, tratando de distraerla de las cosas. Más tarde ese día estuvo en mi clase y me preguntó: «¿Recuerdas lo que hablamos antes?» Dije: “¡Sí, por supuesto! ¿Cómo te sientes ahora?» y ella respondió: «¡Mucho mejor!» Las horas que paso con mis alumnos no son únicamente para enseñarles a cultivar un huerto o comer de forma saludable; sino también, y mas importantemente, para crear relaciones y fomentar el cuidado mutuo.