Por Lana Alman, Educadora Culinaria
Para mí, la oportunidad de trabajar con Acción Comunitaria de Alimentación como Educadora Culinaria de la temporada 2020, fue muy inspiradora, y más aún en estos momentos tan difíciles, cuando la gente busca conexión humana. A mediados de Agosto, nos embarcamos en una aventura de zooms, experimentos culinarios, y, más que nada, construcción de comunidad; ¡que duró 16 semanas! En estos cuatro meses, además de enseñar sobre alimentos de temporada y cocina sana, a través de las sesiones virtuales del Mercadito Local para Niños, también viajamos por el mundo, escuchamos historias familiares, y creamos conexiones más allá de la pantalla.
Pasar sesiones de educación culinaria en vivo a un formato virtual no fue nada fácil. Problemas de conexión, el botón de mute y el uso de las cameras nos tiraban sorpresas cada semana. Quizá el obstáculo más grande fue el hecho de que los niños no pudieron tocar, probar u oler la comida a través de la pantalla. Gracias a la tecnología, pudimos crear contenido visual que incorporaba elementos de narración personal, juegos y otras actividades permitiéndosenos captar la atención de los niños de diversas maneras.
Cada semana incluíamos una actividad de arte pidiendo que los niños dibujaran su fruta o verdura favorita, las semillas que conocen o la estación del año que más les gustaba. Les encantaba a los niños mostrar sus dibujos en la cámara. Y mientras dibujaban, escuchábamos música de diferentes países y así también aprendían de otras culturas.
Muchas veces hacíamos referencia a un mapa del mundo para mostrar de dónde originalmente venían los ingredientes de nuestras recetas y también agradecíamos a los campesinos que cultivan la tierra hoy en día. Hablamos de Bélgica cuando cocinamos con coles de Bruselas, de Kazajstán para las manzanas, y de Perú para las papas. A los niños les encantó saber que las frutas y verduras también tienen sus propias historias de familia y de viaje. Nuestros participantes eran tan diversos como las recetas que preparamos cada semana. Tuvimos familias de Ecuador, México, Guatemala, y la República Dominicana. Las mamás de los niños compartían, en inglés y en español, los nombres de las frutas y verduras que se usan en sus casas y las recetas nativas de sus países. De estas conversaciones aprendimos de los bayos, ayocotes y chilacayotes. Estas sesiones no solo creaban un espacio de aprendizaje para los niños, sino también una oportunidad para que las mamás nos enseñaran sobre la cocina tradicional de sus países. En comparación con las sesiones en vivo, en donde los adultos de las familias, en su mayoría, ocupaban un rol de observadores; en las sesiones virtuales, el rol de los adultos pasó a ser más participativo, siendo una experiencia enriquecedora no solo para los niños sino también para los adultos.
Como una familia, festejamos cumpleaños y celebraciones en nuestras sesiones semanales. Hablamos del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, de los Meses de la Herencia Nativa Americana e Hispana, y hasta incorporamos el Día Nacional del Nuez en octubre. Y como cada comunidad tiene sus rituales, también la nuestra tuvo los suyos. Empezamos cada sesión mostrando fotos de los niños que habían visitado el Mercado Local de la 170 el día anterior. Y antes de empezar a cocinar, nos lavábamos las manos, nos poníamos nuestros delantales y gorros de chef, y aunque fue algo imaginario, los niños jugaban con nosotras. Los rituales son elementos claves para la construcción de una comunidad y a través de estos pequeños detalles, las familias sentían que pertenecían a algo común con un ritmo esperado.
Desde unos pocos participantes en las primeras semanas, concluimos la travesía con mas de una docena de caritas en zoom en las últimas sesiones. Estas reuniones semanales servían como un espacio de conexión más allá de la pantalla. Al cerrar nuestra temporada del Mercadito Local para Niños, las mamás nos dieron las gracias por las sesiones y expresaron un interés en seguir con ellas. Les gustó conocer gente nueva, escuchar las ideas de sus niños, y pasar tiempo juntos. Crear conexiones en COVID no es nada fácil, pero sí es posible. A través de los rituales, celebraciones, y la narrativa personal, pudimos aprovechar de la tecnología, y la diversidad cultural y lingüística para crear comunidad en un espacio virtual.